ANSIEDAD Y ESTRÉS EN LA VUELTA A LA RUTINA
"Lo que sientes tiene sentido"
Suena el ping del WhatsApp del cole y, sin abrirlo, ya noto el latido en el cuello.
En la cabeza se me abre una lista infinita que no cabe en ninguna nota del móvil: uniformes, libros, etiquetas, autorizaciones, la cita del médico del pequeño, el profe nuevo de mates del mayor, extraescolares, menús, ese pantalón que ya no le vale y —claro— mi propia vuelta al trabajo con una bandeja de entrada que parece un bosque sin caminos.
Me descubro con los hombros arriba, la mandíbula apretada, respirando cortito en el pecho como si estuviera subiendo una cuesta.
Me digo: “Venga, que tú puedes con esto, como cada año”, y, a la vez, siento ese vacío de hacerlo casi sola, tirando del carro mientras ellos —13 y 10— se estiran en el sofá negociando con la rutina y coqueteando con la adolescencia.
Y a veces ni siquiera hace falta el WhatsApp. Estamos comprando un helado y mi mente, como un ordenador con procesos en segundo plano, me lanza de repente una “notificación interna”: me recuerda esa tarea del año pasado que fue un laberinto (la autorización digital que no funcionaba, la cita a las 8:15, los libros agotados…).
En un segundo noto el micro-sobresalto en la cara, el diafragma que se cierra, un calor en las mejillas, la mandíbula que aprieta.
Mi marido me mira y pregunta: “¿Qué te pasa?”, porque ha visto el gesto.
Mi cuerpo reaccionando al recuerdo como si estuviera ocurriendo otra vez.
Miro el puerto lleno de barcos amarrados y me cuadra la imagen: he tenido el barco amarrado, quieto y seguro, y ahora me piden que salga a mar abierto en segundos, a velocidad de crucero, con olas de notificaciones y viento cruzado de exigencias.
Sin cartas náuticas claras, mi cuerpo sube revoluciones para superar las corrientes.
No es un fallo: es un intento de cuidarme.
Pero lo que necesita no es más motor; necesita encuadre: orillas, ritmos, pequeñas boyas que me digan por dónde ir.
Aquí estoy para decirte que te entiendo
Para decirte: para. Inspira lento. Suspira. Vuelve a ti. Regálate un suspiro profundo. Y préstame atención unos segundos de tu valioso tiempo.
Lo que veo cada año en urgencias
Cada septiembre, en mis turnos de urgencias entra la misma escena con rostros distintos.
Llegáis con la mano en el pecho, los ojos muy abiertos y esa frase que ya conozco: “No quiero molestar, pero me he asustado. Me late fuerte, me aprieta aquí”.
Activamos el protocolo como debe ser: colocamos los electrodos para el ECG, pedimos analítica con marcadores de corazón, tomamos constantes.
Entre prueba y prueba, me cuentas en voz baja: que tienes peques de 13 y 10, que el cole empieza ya, que los libros, los uniformes, las extraescolares; que llevas días sin dormir del todo y que tu bandeja de email parece una selva espesa.
Un rato después llegan los resultados: todo en rango, el corazón está bien.
Te veo respirar aliviada… y a la vez confundida. Porque lo que has sentido fue real: el nudo, el calor en la cara, la ola de miedo que te empuja a venir.
Y ahí es cuando te lo traduzco con calma: tu cuerpo no te está castigando; se ha puesto en modo alarma para ayudarte a cruzar este mar de exigencias.
No estás loca, no eres débil, no estás sola.
Solo necesitas encuadre: orillas, ritmos y boyas sencillas para no salir a mar abierto a toda máquina.
Y sí, a veces te marchas con una receta para la ansiedad en forma de cápsula o pastilla; pero lo que más funciona, día a día, es ese marco que baja revoluciones y te devuelve al timón.
Cómo lo encuadro en casa (un ejemplo real)
“Puedo con todo, pero no con todo a la vez.”
Lo repito en voz baja, respiro y cojo un boli. Hago una lista rápida con todo lo que me bulle en la cabeza y marco solo tres imprescindibles de hoy:
Responder 2 emails críticos.
Pagar el comedor.
Preparar mi agenda de la reunión de mañana.
El resto lo paso a dos columnas: lo delegable y lo que se queda para otro día.
Miro a mi pareja y le digo, sin rodeos:
—Esta semana, tuyos: libros, cita del pediatra e inscripción de extraescolares. Confío; no lo voy a revisar. Si necesitas algo, me lo pides.
No pregunto “¿cómo lo llevas?”, no pido fotos del justificante. Me aguanto las ganas de controlar y me repito: quien asume, decide y entrega.
Con los niños (13 y 10) hago mini-encuadres claros:
—Hoy tu “una cosa” es forrar dos libros —le digo al mayor—.
—Y tú revisas el estuche y dejas la mochila lista —al pequeño—.
Pongo un post-it en la pizarra. Cuando terminan, marcan ✓. Sin discursos. Solo hechos.
A media tarde me pica el impulso de preguntar por la cita del pediatra. Me muerdo la lengua y uso mi frase: “Puedo con todo, pero no con todo a la vez.”
Lo delegué; no es mío. Vuelvo a lo que sí me toca ahora.
Al final del día miro la pizarra: mis tres ✓ están hechos; los niños han dejado mochila y libros listos; mi pareja me dice: “todo en marcha, te paso confirmaciones cuando las tenga”.
Siento el cuerpo más suelto. No hice “todo”, pero sí lo esencial, y lo demás está encuadrado.
Ahí está el tesoro: prioricé, repartí y no micromanejé.
Si estuviéramos hablando como amigas
No tienes que demostrar nada a nadie. Septiembre no es un examen; es solo volver a coger ritmo. Respira, mano al pecho, y repítete: “Puedo con todo, pero no con todo a la vez.”
El resto, encuadre: elige una cosa, hazla, márcala. Delega lo que no te toca y no lo revises. Deja que tu pareja se encargue de lo suyo y que tus peques, con sus 13 y 10, tengan pequeñas misiones.
No salvas el mundo hoy; solo pones una boya más para que el barco avance sin hundirse.
Y cuando la ola suba —porque subirá— vuelve a ti: tres suspiros largos, pies en el suelo, una cosa cada vez. Si un día no sale, no pasa nada: mañana es otra oportunidad.
Estoy contigo en esto. Mientras tanto, cuídate como cuidas a los demás. 🌿
Únete a mi Grupo de Manejo del Estrés (3 meses)
Pequeño grupo (máx. 9 plazas) · Sesiones online de 90’ · Neurociencia + prácticas somáticas + mirada transpersonal.
Botón sugerido: Quiero mi plaza